El gimnasio de mi pueblo se ha acabado convirtiendo en una especie de club social.
Supongo que muchos acaban siéndolo, pero éste, al tratarse del único gimnasio del lugar, y al llamar también la atención de los pueblos de alrededor, ha llegado a serlo de una forma exagerada.
Siempre he odiado los encuentros. Con conocidos, antiguos amigos, antiguos compañeros...Me ponen nerviosa y no los aguanto.
He llegado a no salir de casa en todo el día con tal de no encontrarme con nadie conocido por la calle. He llegado a evitar calles, a evitar horas y rutinas. Todo por no verme en tal horrenda circunstancia.
La circunstancia de encontrarte ante una persona a la que no veías hacía años, y tener que simular que realmente te alegras de verla o que te importa un ápice como le sigue yendo todo. O lo que es peor, que tenga la oportunidad de mirarte de arriba a abajo y preguntarte para saber cómo te está yendo todo, a ti.
Esto último es lo que hace que odie los encuentros. Simplemente, porque, aunque aquí parezca la contrario, no me gusta tener que ir explicando mi vida a gente a la que, si ya no veo nunca, será por algo.
Pues bien. No era suficiente el uso del transporte público (gran catalizador de este tipo de situaciones) sino que ahora el gimnasio al que decidí apuntarme con toda mi buena fuerza de voluntad le está ganando terreno a pasos agigantados.
No bastaban caras conocidas, ex-compañeros de clase casi desconocidos o vecinos familiares. No.
Ahora ha llegado el turno a todos los compañeros de clase de todas las escuelas a las que he asistido en mi vida, y amigos del entorno.
Me encontré con Mine, amiga de la EGB, que ya vive en pareja y trabaja en una fábrica de las cercanías, pero sigue estudiando y espera mejorar su situación laboral pronto.
Con Rig, amigo en la preadolescencia, que ahora es camionero y parece habérsele pegado toda la jerga del sector (pues nos invitó a mí y a J. "a ver su zulo", y encantadora debía ser mi cara de pasmo al pensar que en alguna época nuestra forma de ver la vida y expresarnos no debía haber estado muy distante. (J. y yo salimos de este encuentro patidifusos, impresionados del abismo que algunas separaciones pueden crear entre las personas, aunque sólo sean aparentes (que no lo eran)).
Jesús, compañero de instituto, dejó Biologia a medias para acabar Trabajo Social, y ha descubierto su verdadera vocación en el cuidado de los discapacitados psíquicos. Se le veía feliz.
Ricky ha adelgazado 20 kilos y se hace ver como universitario progre o modernillo, Gi ha dejado al que era su novio desde hacía 5 años y piensa dejar también su actual trabajo para, quizás, irse a vivir a Madrid, mientras que Irene ya tiene su propia churrería y, estoy segura, está montada en el euro.
Y aquí me veo. En posesión de toda esta información privilegiada, obtenida sin necesidad, en la mayoria de los casos sin querer, y habiendo sido obligada a retroalimentar esa comunicación con la enunciación de mi estado vital actual.
Cuesta asociar todas estas nuevas vidas a los antiguos compañeros de camino. Pero aún cuesta más aceptar que tendré que cambiar de gimnasio.
3 comentarios:
Bueno, los gimnasios no son lo mío, pero con esta descripción, me mantendré alejado... Pero no te desalientes, debe ser la primera impresión.
Yo que tu no le haria demasiado caso a Auryn. Hablas de un miedo y los miedos son un parasito que nos asfixia la vida. A mi tampoco me gustan los encuentros falsos
Gracias Zifnab, ahora me siento algo comprendida :)
Auryn creo que me has malinterpretado. No es que me dé igual lo que es del otro, sino que no me interesan los encuentros en los que son obligadas las frases de compromiso y te obligan a, ahí sí, ser todo teatro, (por describirlo a grandes rasgos.)
Reuben no te desanimes! Da pereza ir, pero después te sientes en la gloria! :)
X tu comentario me alegró el día. Yo también te leo. Eres genial. Un beso:).
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