Ser un oso

El frío se me cala hasta los huesos y me paraliza por completo. La sangre parece dejar de fluir, el latir del corazón, desaparecer. Mi cuerpo no responde, y, con la mirada fija en un punto indefinido, cualquier pensamiento se anula y es una ardua tarea.
Cuando estoy aterida, mi organismo reserva fuerzas y funciona bajo mínimos; no vaya a gastar la energía que luego necesite.
Así de sabio es el cuerpo humano. No sin razón, los osos invernan.
Ahora mismo estaría encantada de ser un oso, cerrando los ojos y dejando a mi organismo funcionar en su mínimo tanto por ciento.
Me despertaría una mañana con las cosquillas del revolotear de una mariposa en mi nariz. Estornudaría, y, con un hambre atroz, saldría al calor de la amable naturaleza, que me arroparía con su frescor y calidez. Sentiría mis instintos despertar poco a poco e iría en busca de algo con lo que saciar mi apetito, y quizá, de una posible pareja con la que retozar.