Duele la mañana rutinaria. El madrugón obligado y el brusco despertar.
Duele la casa en penumbras y la suavidad de las sábanas aún después de la ducha.
Duelen la garganta y la boca del estómago. Cerrados. Secos. La aspereza de la ropa sobre el cuerpo.
El abrir los ojos, el pensamiento.
Las mañanas oscuras y frías me desgarran, pero no son mejores las luminosas y cálidas, con su trinar de los pájaros. Éstas intentan engañar la desgana disfrazándose de candidez. No lo consiguen.
Esta mañana me hacia daño la calle silenciosa, el pasar de los coches y el taconeo de mis zapatos em el asfalto. Su sonido metálico, su eco.
En estas mañanas el reloj es mi enemigo a pesar mío, suyo. Y su callado tic tac es mi aliado en los despertares dominicales. Pero no hoy. No el día de los deberes y el sabor amargo.
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