martes, enero 18, 2005

Bellas personas

Esta mañana una mujer desconocida me ha bajado en coche hasta la estación.
Aún era de noche, pero ya no hacía tanto frío como las semanas pasadas. Un coche ha parado a mi lado, mientras caminaba rápidamente por la calle vacía, y ha pitado tan insistentemente que he creído sería algún conocido.
Era una mujer mayor, de unos 60 años, que me ha ofrecido bajarme a la estación.
Es la segunda vez en mi vida que me encuentro en estas circunstancias.
El "sí gracias" ha salido de mis labios más rápido que mi pensamiento de "no, gracias, muy amable". Me he sentado a su lado y la amable mujer ha arrancado, explicándome como cada mañana me veía en la estación y que con el frío que hacía no le costaba nada acercarme. Sus palabras me han tranquilizado, y el ver el coche en cuestión de dos segundos ir en la dirección correcta, también.
Debe parecer absurdo pero es en estas ocasiones cuando más fuertemente repican en mi cabeza las palabras de mi abuela: "Ten cuidado, que mira que cosas pasan por ahí! No te fies de nadie!" Y de mi madre:"¿No se te ocurra abrir a nadie, eh?"
Y era una mujer, y era mayor, pero el sí se me escapó de los labios antes de poder pensar de quién se trataría, aunque apenas un segundo después ya tenía el estómago en la garganta y me mordía los labios traicioneros mientras agradecía de sumo corazón el gesto.

Una vez llegado el tren nos separamos, pues cada uno acostumbra a ir siempre en el mismo vagón y son rutinas que cuestan romper. Volví a dar las gracias, aunque no sé si me escuchó, y quizá le debí parecer una desagradecida cuando en la estación de destino no le quise decir nada por no molestarla cuando hablaba con sus amigas.

Hace un año se repitió esta misma escena.
Me encontraba tirada en un supermercado a las afueras de la ciudad, y los taxis no parecían tener ganas de trabajar y no llegaban, ni existían. Tenía que volver a la empresa pero ellos me pagaban el taxi, y yo no tenía un duro.
De repente otra mujer mayor se me acercó y me ofreció su coche para acercarme a la ciudad. De nuevo mis labios me traicionaron y la respuesta afirmativa se me volvió a atravesar en el estómago.
Imaginé grupos de secuestradores compinchados y coches que no llegan a su destino. Miedos de apenas segundos que jamás se cumplen pero que me hacen arrepentirme una y otra vez de mi buena fe.

Un día perdí el bolso en el autobús. Iba tan ajetreada y animada hablando, y tan cargada de bolsas, que no lo eché en falta hasta que me tocó pagar algo y desesperada, lo di todo por perdido.
Resultó que en una de mis llamadas a mi teléfono móvil (benditos móviles), otra encantadora mujer de mediana edad cogió la llamada, me dio su dirección, y me invitó a ir a recogerlo a su casa.

Bellísimas personas que se van cruzando en mi vida y que desmienten una y otra vez las terribles injurias que lanzan muchos contra la bondad, la honestidad y generosidad. Que haberlas, haylas :).

3 comentarios:

Isthar dijo...

Me encantan estas situaciones en que uno sonrie y se da cuenta de que en la vida hay de todo, pero sobre todo, que buenas personas siguen existiendo en el mundo.

PINTO dijo...

A veces caminas por la calle entre la gente y no sabes si son personas o fantasmas en pena a la espera de una oportunidad de reivindicarse, un dia sera un fantasma conocido el que te ofrece un aventon hasta tu casa, con la maxima palidez que tu cara pueda asumir, le diras "si gracias" de lo contrario el frio inclemente te congela la sangre y te conviertes en el proximo fantasma que anda buscando a quien llevar para superar su pena.

Anónimo dijo...

En la blogosfera suele cundir la crítica y cierto pesimismo, (y me temo que mi blog no es una excepción). Por eso me ha encantado leer este post. Me ha recordado cuando olvidé una cámara nueva en una pizzería en Praga. Al darme cuenta y volver, estaba esperándome con ella un grupo de jóvenes holandeses (no se fiaban del pizzero), mientras otros amigos del grupo se habían ido a... ¡poner carteles por la ciudad!. Hicimos amistad y seguimos en contacto durante unos años, pero los años que vinieron después pudieron más. Lo que no han podido es que les olvide.

Martínez (estratega.com)