sábado, marzo 07, 2009

Just dance

Te despiertas una mañana, tras una noche de fiesta de 10 horas ininterrumpidas.
Fiesta surgida de manera espontánea:
- Estoy agobiada. Mucho trabajo, muchos marrones. ¿Quedamos?
Quedamos!
Y automáticamente comienza la ingesta de alcohol, antídoto desestresante de la semana.
Lo que comienza como una berborrea en contra de todo el sistema que nos encierra, del estrés del día a día en la ciudad, de los sueños incumplidos, de las metas por cumplir, del filosofar sobre cómo alcanzarlas y el encontronazo contra el equilibrio imposible....acaba sin palabras en cualquier pub de la zona. Brazos abiertos, ojos cerrados, baile etílico, ojos descentrados...
Nos da igual lo que nos digan, que mañana sea jornada laboral, que sólo los guiris nos acompañen, que estemos vestidos de oficina....Just Dance, wanna be ok.

Hasta que a las 10:00AM, nos damos cuenta de que nos hemos dormido, nos llaman de la oficina...y estamos sumamente enfermos.

¿Dónde fue a parar esa mañana mi omnipresente responsabilidad?. ¿Habré hecho mal?¿Habré hecho bien? En el estado actual de la sociedad, en que te quejas del estrés de trabajo y lo que hacen es felicitarte...tú tiras por la borda tu privilegiada situación. Reniegas, la odias, finges, te anula. Lloras, ríes. Te tiene atrapada. Es la esclavitud del privilegiado. Es la obligación, el must do. Da igual que sea la responsbailidad de un trabajo, el ocio en New York City o el sempiterno descanso en una costa caribeña. Si es un must, te rebelarás, te anulará...Y el equilibrio es imposible. Lo sabes y te desespera ser consciente de ello. El problema no es tu situación, eres tú, que siempre querrás otra vida.

Pasan las semanas, y no ha pasado nada. Eres un peldaño necesario en la pirámide empresarial, por lo que se te permiten ciertas libertades. Así que la rueda sigue, sin más.

Y te despiertas otra mañana. La noche anterior te fuiste a casa, hiciste el amor con tu pareja, fuiste a dormir relativamente pronto para poder luchar contra el sueño del día siguiente....por lo que te despiertas y eres la responsabilidad, ahora sí, omnipresente. Cumplidora, respetada, envidiada y/o odiada por todo ello.
Y sientes un vértigo inaudito.
Cuando estabas en el lodo al menos no sentías estos escalofríos.

Repasas mentalmente la línea recta de tu vida que te ha llevado hasta este momento: hasta un cargo intermedio a los 26 años, una boda inminente con el chico perfecto ( eso dicen todos) que te idolatra, un hogar con futuro, una economía intermedia...
Qué aburrido.
Repasas mentalmente la línea curvilínea de tantos de tus conocidos.
¿Buscaremos todos el mismo horizonte? ¿Lo conseguiremos? ¿Quién es más feliz?

Me encanta sentir vértigo. Cuando voy a los parques de atracciones y me subo en esas montañas rusas infinitas que te lanzan al aire y dan voltere. Me encanta el vértigo, cuando me asomo al infinito desde el pico de la montaña más alta en lo que alcanza la vista.
Pero este vértigo al despertarme, al enfrentarme al día a día, ¿me hará caer sin remedio?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Epílogo de Cenicienta atrapada en un cepo con horma de cristal?

Interesante lo del vértigo, como aquella novela de Stevenson:
“…interiormente, tenía conciencia de una fuerte temeridad, en mi imaginación se atropellaban desordenadas imágenes sensuales, los lazos del deber se aflojaban y experimentaba un desconocido, pero no inocente, sentimiento de libertad en el alma.”

illa dijo...

XDD Igual estoy escribiendo ese libro de Cenicienta sin saberlo sí jeje

Xose dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Xose dijo...

No te caerás. El vértigo, paradójicamente, nos hace más conscientes de la necesidad de mantener el equilibrio. Un beso muy grande, Illa.

Anónimo dijo...

El lodo?
A veces lo añoro sin haberlo probado.
¿Por qué debemos querer más si luego nos quejamos de nuestra suerte (tú misma lo reconoces).
No es bueno sentirte arriba, encumbrada, porque nunca lo estamos, solo es un espejismo que hace que nos sintamos más importantes que el vecino, un falso vértigo que nos engaña y creerlo puede salirnos caro.
Curioso... este discurso me lo apliqué hace mucho, cuando fui poderoso sin serlo por mi mismo; (y es que eran otros tiempos y nos jugábamos algo más que el bienestar o el orgullo) y hace poco a mi hija de 26, infructuosamente para variar, (los hijos nunca hacen caso) y, mucho me temo, tiene la hostia asegurada.
Somos poderosos porque tanto el de abajo como el de arriba nos aúpan, dependemos de su trabajo, fuerza y voluntad.

Anónimo dijo...

Interesantísimo todo lo que cuentas. Hacía mucho que no veía un blog tan instructivo, tan creativo.