Así es como yo, atea , acabé este fin de semana como infiltrada en dos ceremonias religiosas tan dispares como pueden ser un entierro y un bautizo.
Del entierro
La situación en sí ya no es cómoda ni agradable. A pesar de que no te una un lazo sentimental fuerte con el fallecido, ver el dolor de los demás no es algo gratificante y esta experiencia dramática de exposición del dolor y de regocijo en la muestra de la propia pena durante varios días nunca ha sido de mi apetencia.
Tiene un punto hasta macabro y exhibicionista que ríete tú de las películas de David Slade (por decir alguien): el muerto -del que te han explicado los mil y un detalles de su muerte - es expuesto tras una vitrina y viste los mal disimulados colores cítricos de su estado, y la viuda y familiares cercanos, derrumbados, se arrastran de un conocido a otro con pesadez, fatiga, y cara de circunstancias; con lo que poco consuelo me puedo imaginar que les aportará una persona ajena que simplemente siente empatía.
Si todo acabara aquí, a pesar del ingrediente macabro de la exposición del muerto y de la vacuidad del pésame dado por personas incluso extrañas, todo podría entrar dentro de lo acordado socialmente como convencionalmente correcto y de buenas maneras hacia los allegados...Pero entonces, llega el momento cumbre: la misa. De la que puedes decidir escapar pero de la que como te escapes no te perdonará el "ojo social" - aquí el craso error de no distinción entre convención social-rito religioso-.Y ahí estaba yo, atea declarada, levanta, sienta, levanta, sienta del banco de madera...escuchando el parsimonioso cántico del cura y el silencio de los oyentes que acariciados por sus palabras dan el más honorífico adiós a su ser querido.
En tal situación, una no puede evitar sentirse una hipócrita tras hierática máscara.
Del bautizo
Invitada a un bautizo sin posterior banquete, el asistir al evento en sí, desde mi punto de vista, ya no tenía ningún sentido - para simplemente acompañar a los padres y al niño a la Iglesia yo creo que con la familia más cercana es más que suficiente, sin necesidad de implicar a terceros en el ritual -. Aún así, de nuevo empujada por la responsabilidad social que da el entorno familiar, me presenté allí con mi mejor sonrisa y deseos.
No obstante, una vez saludada toooda la familia, dados los besos pertinentes, etc etc etc, mi único deber pasó a ser el de estar tal muñeca, sube-baja en mi banquito, observando como desean el mejor futuro a los infantes tras la bendición del señor al que servirán (...). Mi actitud cínica no podía más que sobresalir a través de una ladeada sonrisa cada vez que un agua imagino fría caía sobre la cabeza de los niños...que lloraban en brazos de sus progenitores.
La solemnidad que ese evento debe tener para los creyentes, no hace más que convertirse en puro teatro y derivar en escepticismo para los que no creemos en ello; por lo que, de nuevo, el malestar general de la simple presencia hace aparición y con él el eterno debate responsabilidad familiar vs. honestidad con uno mismo y los demás. Por lo que te acabas hasta identificando con los niños, que, convertidos en protagonistas sin saberlo, no son más que, al igual que tú en ese momento, meros títeres en toda aquella parafernalia.
Y apesar de todo ello....The show must go on?