Le sucede de pronto y sin previo aviso: El pulso se le acelera y nota el bombeo del corazón. Rápido, cada vez más rápido. Los pulmones parecen perder capacidad, por lo que el oxígeno no llega y necesita de intensas y largas bocanadas de aire.
Aceleración del pulso, del bombeo, mayor profundidad de la inspiración...y el corazón que parece encojerse, la boca del estómago que hormiguea.
Y en la oscuridad, todo en silencio; sus ojos abiertos. La persona a su lado duerme.
Deben ser ataques de ansiedad.
Le pasa cada x tiempo. Así, de repente. Cuando cree estar más tranquila tras el largo día o cuando sus pensamientos se pierden cabilando sobre todo aquello que desea hacer y no hace.
Hace unas horas hacía el amor con su pareja de forma acompasada. Sentía su excitación acelerada, su piel bañándose poco a poco en sudor, su respiración y el abrazo que apenas le dejaba espacio para moverse.
Hacían el amor en la oscuridad; y ella no pensaba más que en que, si accediese, harían el amor todos los días varias veces.
Pero ella no solía acceder. No es que no le gustase el sexo, pero tenía una complicada relación con él. De amor-odio, diría. De atracción-repulsión. Que le hacía rechazarlo cuando lo ansiaba. Que le hacía ansiarlo cuando su cuerpo lo rechazaba.
Y además, no le atraía físicamente su pareja. Nunca le había atraído, desde el principio. Por eso fue el sexo el arma decisiva con la que lo engatusó y esclavizó.
Siempre se desea poseer aquello que no se puede o que no se está destinado a tener.
Lo sabía ella, lo sabía él. Aunque ninguno de los dos hubiese dicho nunca una palabra de ello.
Se habían conocido cuando ella tenía 12 años y él, 17. Un joven efebo y una lolita.
El joven efebo era noble, impulsivo, inocente, simple. La lolita, por ser lolita, era compleja como un entramado de hilos.
No repararon demasiado el uno en el otro.
-Qué simpático-
-Qué mona-
Y siguió cada uno con su vida.
No fue hasta año y medio después cuando sus vidas se volvieron a cruzar. Ella, recién cumplidos los 14, él a punto de cumplir los 19.
Por supuesto fue él quién lo inició todo. Cómo podía aquella niña de dulce sonrisa y dorado cabello haberle pasado desapercibida.
Lo tenía todo: la belleza a punto de eclosionar, la dulzura, la inocencia, la alegría.
A ella le sorprendió su acercamiento. No tanto por el hecho en sí, sino por su propia dubitación ya que en realidad no le gustaba. La hacía reir. Nada más.
Aceleración del pulso, del bombeo, mayor profundidad de la inspiración...y el corazón que parece encojerse, la boca del estómago que hormiguea.
Y en la oscuridad, todo en silencio; sus ojos abiertos. La persona a su lado duerme.
Deben ser ataques de ansiedad.
Le pasa cada x tiempo. Así, de repente. Cuando cree estar más tranquila tras el largo día o cuando sus pensamientos se pierden cabilando sobre todo aquello que desea hacer y no hace.
Hace unas horas hacía el amor con su pareja de forma acompasada. Sentía su excitación acelerada, su piel bañándose poco a poco en sudor, su respiración y el abrazo que apenas le dejaba espacio para moverse.
Hacían el amor en la oscuridad; y ella no pensaba más que en que, si accediese, harían el amor todos los días varias veces.
Pero ella no solía acceder. No es que no le gustase el sexo, pero tenía una complicada relación con él. De amor-odio, diría. De atracción-repulsión. Que le hacía rechazarlo cuando lo ansiaba. Que le hacía ansiarlo cuando su cuerpo lo rechazaba.
Y además, no le atraía físicamente su pareja. Nunca le había atraído, desde el principio. Por eso fue el sexo el arma decisiva con la que lo engatusó y esclavizó.
Siempre se desea poseer aquello que no se puede o que no se está destinado a tener.
Lo sabía ella, lo sabía él. Aunque ninguno de los dos hubiese dicho nunca una palabra de ello.
Se habían conocido cuando ella tenía 12 años y él, 17. Un joven efebo y una lolita.
El joven efebo era noble, impulsivo, inocente, simple. La lolita, por ser lolita, era compleja como un entramado de hilos.
No repararon demasiado el uno en el otro.
-Qué simpático-
-Qué mona-
Y siguió cada uno con su vida.
No fue hasta año y medio después cuando sus vidas se volvieron a cruzar. Ella, recién cumplidos los 14, él a punto de cumplir los 19.
Por supuesto fue él quién lo inició todo. Cómo podía aquella niña de dulce sonrisa y dorado cabello haberle pasado desapercibida.
Lo tenía todo: la belleza a punto de eclosionar, la dulzura, la inocencia, la alegría.
A ella le sorprendió su acercamiento. No tanto por el hecho en sí, sino por su propia dubitación ya que en realidad no le gustaba. La hacía reir. Nada más.