Está familiarizada con el suelo. Un suelo frío, verde, de grandes cuadros; que le ayuda a a descubrir el mundo a su alrededor.
Juega en él y, en este momento de su vida, en esos 50m2 de suelo gira su vida y se encuentra su todo.
Divertida, juega guiada por su compañero de viaje. Se acerca a una puerta y alza la vista: sus padres, las dos personas referencia de su mundo (antes incluso que el terreno que pisa) están tumbados en la cama en ropa interior. Uno encima del otro, riendo y compartiendo carantoñas. El lacio y dorado cabello de su madre (y que ella ha heredado) cae sobre la tez de su padre. Moreno, barbudo, robusto. Diríase que día y noche fundidos en un abrazo.
Al fondo, la TV. Esa grande y cuadrada pantalla que tanto llama la atención de la niña y que es quizá su tercer elemento más recurrido.
Sus padres la miran, sonríen y la instan a salir de la habitación. Justo en ese momento siente cierto embarazo ante la situación, aún sin saber por qué, y gira su trayectoria.
El estrecho pasillo se abre ante ella. Se levanta y camina con paso torpe.
Pasa de largo la cocina que se encuentra a su derecha sin prestarle la más mínima atención, aunque intuye sus muebles azules y la mesa (justo un palmo más alta que ella) bajo la que se refugia incontables veces, situada contra la pared.
Sigue recto, siguiendo en penumbras el pasillo hasta su fondo. Un camino recto sin pérdidas. Y de repente: luz y risas. Una nueva puerta abierta a mano derecha, y Auri y Manolo, los amigos que comparten pensión con sus padres, tras ella.
También ambos se encuentran relajados sobre la cama, aunque vestidos y sentados; con animosa charla entre ellos.
Ven a la niña que entra, y sonríen.
- Ven Lucía - le dicen hacíéndole señas para entrar - Prueba esto-.
Y alargándole la mano, Manolo le ofrece una chocolatina.
Lucía nunca había visto nada parecido. Se pregunta qué será y su curiosidad y sus anteriores buenas experiencias organolépticas hacen que se lleve el alimento a la boca sin titubeos.
De repente, una explosión de sabor descarrila en su boca. La chocolatina se deshace en ella y siente su suave textura. Ni dulce ni amargo, su sabor hace que todo su ser se concentre en un único sentido, concentrado en sus papilas gustativas (aunque ella sólo sienta llenársele la boca de felicidad). Sus ojos se abren y el mundo se paraliza.
Aún cuando la onza ya ha desaparecido, el sabor permanece y Lucía se relame.
El suelo, sus padres, el sentimiento de embarazo ante la intimidad en la pareja, la TV, el chocolate...
Sus primeras referencias, sus primeros recuerdos...el inicio de sus primeras obsesiones.