Ahogando un suspiro, recorres con la vista las estanterías repletas de libros que tú misma clasificaste según tu propio criterio: aquí los de fantasía épica, allí los de ciencia ficción, abajo la poesía, a su lado los clásicos…
Arriba, en la estantería más inaccesible de todas, se esconde tu más lejano pasado. Tu origen. Quizá la esencia de tu vitalidad.
Sonríes al avistarla y coges resolutivamente la escalera que te ayuda a acceder a ella. Una vez en lo más alto, con una sonrisa melancólica, acaricias parsimoniosamente el lomo de los cuentos y el polvo se levanta.
Tras infantiles versiones de Janes Eyres; Mujercitas y Vueltas al mundo en 80 días, tras colecciones lanzadas por editoriales que destinaron sus recursos al público infantil, tras palabras repletas de fantasías, viajes infinitos, pies descalzos y alguna que otra mente torturada…reside una niña ambiciosa, enérgica e imaginativa que te echa en cara el recordarla como si de algún lejano conocido se tratase.
No dice nada. Pero cierra los puños, frunce el ceño y parece estar a punto de patalear. Está furiosa contigo porque la obligas a hacer algo que no quiere. Porque si no espabilas, sus sueños habrán sido en vano.
- ¿Es que el soñar no es vano en sí mismo? - le increpas - ¿Acaso soñando garantizamos algo?-.
De sus labios surge una carcajada jocosa.
- Estúpida – te dicen sus ojos - … y tú eras la que defendía el sentido de las utopías…
Te muerdes los labios; desvías la vista y el sentimiento de angustia crece.
No soportas escuchar verdades de boca de una niña que inventaba cuentos cuando aún no sabía escribir. Hay que ser estúpido para dedicar tanto esfuerzo a algo de lo que no quedará rastro.
Qué ingenua, la niña que ilustraba esos cuentos a medida que se los dictaba a su padre.
Bueno - te dices – al menos sabía dictar.
Tus dedos continúan posados distraídamente sobre el borde de los libros. Abstraída, observas tu mano y te asombras al no reconocerla, al sentir que no te pertenece. La abres, la mueves, te intentas familiarizar con ella y con sus yemas polvorientas; que han dejado su marca sobre los títulos que acabas de abandonar.
Sacudes la cabeza para hacer desaparecer los ojos de esa niña de tu mente. Esos ojos tan parecidos a los tuyos (pues ya no son iguales).
Funciona; por lo que ya te has olvidado de todo mientras bajas de la escalera, preguntándote en qué demonios estarías pensando.
lunes, octubre 15, 2007
domingo, octubre 07, 2007
De lo ajeno
Sola en la habitación del hotel, te mantienes atenta a los ruidos que te rodean: los pasos, las puertas, el correr del agua...Signos del movimiento y vida a tu alrededor. A tu lado. En la habitación contigua. Pero tan ajena a ti.
Rápidamente hiciste tuya la habitación. Abandonando desordenadamente el bolso, chaqueta y vestido sobre la banqueta de la entrada. Depositando apuntes y libro en la mesita. Apoderándote con cremas, perfume y horquillas de las estanterías del baño.
Te descalzas, te duchas, te recuestas en la cama...Ya está. Es tu espacio.
Y sólo entonces la soledad te rodea. Tú que nunca estás sola sientes ese peso que cae sobre ti. Pues aquí no hay compañeros, amigos, padres o pareja. No hay ordenador ni animaciones a las que recurrir (ya que no te apetece para nada encender el ruidoso aparato televisivo tras 9 intensas horas de formación acerca de cómo comunicar, presentar; de desnudar tus aptitudes ante los demás y de ser vigorosa y socialmente activa) Por fin, escapas al refugio de la habitación del hotel para, de pronto, ser consciente de tu propio ser y sentirte vulnerable ante esta soledad inmensa.
Recurres al móvil como vía de escape de forma más bien infructuosa para, finalmente, resignarte, relajarte, tumbarte...y hacer de este nuevo ambiente tu salvoconducto al descanso.
Mientras tanto, fuera llueve y los ruidos que generan tuus compañeros de viaje son tu única unión al mundo ajeno a tu persona.
Rápidamente hiciste tuya la habitación. Abandonando desordenadamente el bolso, chaqueta y vestido sobre la banqueta de la entrada. Depositando apuntes y libro en la mesita. Apoderándote con cremas, perfume y horquillas de las estanterías del baño.
Te descalzas, te duchas, te recuestas en la cama...Ya está. Es tu espacio.
Y sólo entonces la soledad te rodea. Tú que nunca estás sola sientes ese peso que cae sobre ti. Pues aquí no hay compañeros, amigos, padres o pareja. No hay ordenador ni animaciones a las que recurrir (ya que no te apetece para nada encender el ruidoso aparato televisivo tras 9 intensas horas de formación acerca de cómo comunicar, presentar; de desnudar tus aptitudes ante los demás y de ser vigorosa y socialmente activa) Por fin, escapas al refugio de la habitación del hotel para, de pronto, ser consciente de tu propio ser y sentirte vulnerable ante esta soledad inmensa.
Recurres al móvil como vía de escape de forma más bien infructuosa para, finalmente, resignarte, relajarte, tumbarte...y hacer de este nuevo ambiente tu salvoconducto al descanso.
Mientras tanto, fuera llueve y los ruidos que generan tuus compañeros de viaje son tu única unión al mundo ajeno a tu persona.
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