Ya han finalizado mis mini vacaciones. Y digo minis porque creo que aún, tras casi 3 años después de haberme incorporado al mundo laboral, aún no me acostumbro y añoro aquellos 3 meses de verano completamente libres de responsabilidades.
Además, al haber cambiado de empresa aún he tenido menos vacaciones que de costumbre, por lo que me he tenido que conformar con una semana totalmente sabática en Julio, y 2 (no tan sabáticas) en Agosto.
Como este año los cambios en mi vida han sido muchos y la economía lo acusa, hemos optado por una de las opciones más fáciles (la de quedarse aquí o en el apartamento de Tarragona siempre se descarta) y hemos ido a Asturias, dónde hacía ya 2 años que no iba.
A mi Asturias natal a reencontrarme con la familia, estrechar de nuevo lazos quizá ya algo flojos, a paladear los sabores de la sidra asturiana, el bonito, el rey, los chorizos a la sidra, el lacón con cachelos..(no sigo que me podría estar horas), a perderme entre los olores de las sidrerías (mientras me chiscan los que escancian), sentir bajo mis pies el prado de los merenderos y maravillarme ante la fuerza del cantábrico cuando la marea esté alta desde el muro de la playa de San Lorenzo.
Aunque hay cosas que han cambiado. El serrín de los suelos ya había desaparecido hace 2 años, y ahora además ponen tapones en tus botellas que intentan simular el efecto del escanciado (sin conseguirlo), dónde había carteles en castellano y asturiano ahora ha aparecido el inglés sin venir a cuento. Pueblos marítimos antes más apacibles son ahora una calle de souvenirs atestada de turistas. Los precios en los restaurantes y sitios de más bien tapeo han subido, preparan a las 7 mesas para cenas sin posibilidad de simplemente sentarse a tomar algo, inmigrantes antipáticos (antes no había ni inmigrantes, ni casi antipáticos) son sus camareros y playas artificiales han sido generadas y, en general, la campaña de publicidad para fomentar el turismo que el Ayuntamiento de Gijón ha venido realizando últimamente tiene su razón de ser.
A pesar de todo, sigue manteniendo rasgos de su espíritu libre, concienciado, puro y jovial (jovial de espíritu, pues de población siempre me ha dado la impresión de que Asturias en particular es más bien vieja (el fin de la industria minera y siderúrgica, el paro, el éxodo de los jóvenes...ya se sabe)). Y lo vi en las continuas iniciativas al aire libre, el incansable rito del tomar el culín, en las visitas a Cimadevilla o Cabo Peñas. En el jugar de los niños en los prados. En las (aún hay bastantes) carreteras serpenteantes. En su llovizna y en el deje y actitud de la gente. Que nunca es bueno entrar en tópicos, pero es cierto que cada región tiene sus generalidades, y las de los asturianos las admiro y siento más mías simplemente (y aunque a veces me parezca absurdo) por compartir lazos con ellos.
Yo soy la niña sin patria. Que no acaba de ser ni asturiana ni catalana. No asturiana, porque tan solo así nació; no catalana, porque ni nació ello ni se sintió nunca, aunque haya llegado a reconocer como propios e incluso defender algunos de sus modos de vida y puntos de vista. Lo de español lo siente un tanto lejos y ni lo conjetura.
El caso es que en estas vacaciones me he reencontrado y vuelto a sentir cercanos el pasado minero, obrero y revolucionario familiar. También el más aburguesado, pero ese siempre lo he tenido más presente (quizá porque mi presente se asemeja más a aquel pasado que al de valles, banderas rojas y silicosis). Me ha vuelto a invadir la fuerte iniciativa que se apodera de mí cada vez que me enfrento a conocidos con actitudes que admiro (y que a mi pesar me hacen, sin ellos querer, avergonzarme de mi actitud nada activista), y la fuerte añoranza de los años infantiles en los que decía meca cada vez que me hacía daño.
Pero el pasado es pasado y, realmente, parece que todos evolucionamos y queremos seguir sintiéndonos vivos a través de la vivencia de nuevas experiencias porque, a pesar de todo ese sentimentalismo tras dos años de separación, mi deseo durante todo el viaje fue estar lejos de esa tierra, y aprovechar mi tiempo libre para conocer nuevas experiencias que sé me autocomplacerían en extremo.
Por qué estaba en Gijón y no en Tokyo, Nueva York o Hong Kong. Por qué no en Berlín, o Las Vegas. Aunque fuera de pasada.
Quiero verlo todo con mis ojos, tocarlo todo con mis manos, probar con mis labios; y lo quiero hacer todo ya y a la vez. Como los niños pequeños. Odio la espera, la paciencia y todo lo que me hace postergar el conocer.
Me quiero comer el mundo y la realidad siempre dice que espere.