Creo que una de las figuras más representativas de mi vida ha vuelto a ella.
En la entidad de otra persona, pero ha vuelto. Quizá siendo justo lo que necesitaba en estos momentos en que parezco haberme perdido a mí misma. Me ha recordado aquello a lo que siempre he aspirado y querido mejorar. Mi lugar en el mundo. Mi (puede que) sino.
¿Por qué lo olvidé?¿Cuándo empecé a abandonarme?¿Cómo dejé a la autoestima cegarme hasta el punto de perderme dentro de ella?
Ante mis ojos, de nuevo, el toque de vivacidaz, chispa, energía, amor propio...que me ha hecho recordar lo que últimamente había abandonado parapetándome tras excusas de sobrevaloración.
He perdido inocencia por el camino. Me he vuelto más perspicaz y ya soy capaz de pensar con dobleces.
No me gusta este cambio. Porque mi principal esencia era mi simpleza e ingenuidad. Pero, aunque quedan resquicios (y esa actitud admirativa sin reservas es parte de ella), ya no está plenamente, y no puedo hacer nada por recuperarla.
Parece que una vez perdida la inocencia, nunca más vuelve. Y, a pesar de no haberme abandonado del todo, esa parte que ya es ausente y ha sido sustituida, duele.
Duele porque es más difícil vivir sabiendo sobre maldad, vivir sospechando, vivir conociendo que hay un lado oscuro. O siendo incapaz de obviarlo.
Pero mi figura representativa ha reaparecido. Ahora con 33 años. Siguiendo en lucha, sincera, desinteresada y dejando su aroma a su paso. Ha vuelto para recordarme que, aunque se pierda la inocencia, nunca nos debemos perder a nosotros mismos.
Y yo me estaba perdiendo. Solo queda darme cuenta, y remontar.