De pequeña, y en realidad aún, mi cuento preferido era/es uno de la entrañable escritora Ana Maria Matute: "Sólo un pie descalzo". La protagonista era una niña fantasiosa y despistada que siempre perdía un zapato, y a la que sus primos y hermanos hacían la vida imposible.
Creo que me sentía identificada con esa niña porque también yo perdía los zapatos (yo los dos) y vivía en mundos de fantasía. Supongo que fue ahí cuando empecé a darle importancia a mis zapatos.
Había otro cuento. Uno en el que los instrumentos cobraban vida; vivían en casas y eran orgullosos, gentiles o avaros.
Me sedujo tanto la personalidad del oboe que elegí tocar ese instrumento en la escuela de música. Pero no lo enseñaban, así que opté por el orgulloso, valorado y siempre respetado piano, con su cuerpo lacado de negro.
En mi escuela de música todo me parecía extraño. Los niños tenían las cabezas muy grandes y no comprendía del todo su dinámica. Tenía el impedimento del idioma, y yo diría que del acento y las costumbres.
Sabían mucho, dominaban magistralmente su instrumento, afinaban y tenían una relación paterno-filial con los profesores.
Me volví tímida en pro de no cagarla. Algunos días me sentía bien y otros, incómoda.
Me reía mucho con Josué. Quizá porque era el único qe hablaba en castellano, y resultó ser el más extrovertido, así que me abrió las puertas de la adaptación. Josué no tenía el hábito de estudiar, pero sí el don de la genialidad y el talento (Ahora vendrá tu padre derrapando con su Lancia Delta...y me hacía reir).
Genís era un niño de voz de pito, apariencia frágil, y todo bondad. A Cris la miraba con distancia, porque su alegría y su espontaneidad me asustaban algo (visto desde el silencio de la admiración). Y algo similar me pasaba con Dani, que tenía un ojo verde y otro azul, era alto, grande, y hablaba en tono de tajante conclusión.
Fueron los últimos años los de mayor acercamiento, risas y reflexión.
Tras 7,8,9 años... la cosa se complicaba, y yo iba a la escuela de música como quien madruga cada mañana, coge el autobús en la misma parada a la misma hora o lava los platos después de comer: sin fijarse, de forma automática y con algo de fastidio.
Me cambié a música moderna, y entré en una atmósfera bohemia que a mí me pareció de duchos y que no creí fuera conmigo. Así que, cuando fui a estudiar bachillerato al pueblo al que la primera toma de contacto con esta comunidad y la música me habían unido, lo dejé.
Cuando empecé en ese instituto, muchas caras me eran conocidas: aquél tocaba el violín, aquella; el piano. Él hacía canto, y ella lo dejó hace tiempo.
Esa escuela tambien fue mi adaptación al nuevo instituto.
Y el pasado viernes, ahí estaba, con los amigos que dejé y nuestras nuevas vidas sobre la mesa. Y ahí estaban algunas de las caras de mis 9 años, ya adultas.
Genís es profesor de música y trompeta en un colegio y en la escuela de música. Tiene una voz grave con la que ha tenido problemas y la misma mirada frágil y bondadosa. Ana también da clases de música, y sustituye a mi ex-profesora de piano de vez en cuando: a la moderna Lola.
Cris hizo turismo, Laura es consultora informática (se casa en Junio). Josué lo dejó y es carnicero (pero sigue manteniendo la larga melena).
Hay una chica que sigue teniendo la cabeza igual de grande que antaño y yo...yo me metí en publicidad.
Partir del mismo punto y caminar por tan diferentes caminos. ¿No es curioso?